miércoles, agosto 2

Un silencio profundo embarga el alma,
un eco trillado son mis lamentos.
Tu nombre va prendido a mi lengua,
tus besos cincelados a mi espalda.

Una sonrisa oscura aparento al mundo,
una mirada amarga, pura hipocresía,
la agonía de no tenerte en la almohada,
de pensarte tantas veces en mi olvido.

Y pasan los minutos como horas.
Tu voz tersa y caoba truena,
hace ecos en las paredes huecas
y penetra en pensamientos infinitos.

Y, así, regresas y regresas, jilguero,
contándome al oído tus recuerdos,
reliquias del amor y del tormento,
fragmentos de erupción y meteorito.